miércoles, 26 de noviembre de 2008

Dos ceros a la izquierda

Pasaron o, mejor dicho, aún no llegaron los tiempos en los que James Bond se zafaba de las más viles tretas de sus enemigos con una hábil estratagema, un astuto ardid o, a lo sumo, con un certero disparo de su elegante pistola...

Quantum of solace es un amplio despliegue de persecuciones, explosiones y hostias de gran calibre, lejanas al estilo y la clase que desprendían las sesenteras aventuras del agente secreto del MI6, encarnado por aquel entonces por Sean Connery o Roger Moore, entre otros. En esta ocasión, Daniel Craig hará frente a un malvado villano (creemos que) gabacho que pretende controlar el agua de Bolivia para enriquecerse con su venta, puteando a los simpáticos y típicos lugareños, al tiempo que intentará cobrarse venganza por un amor del pasado.

Entre atragantá y atragantá, 007 tiene tiempo para montárselo, como es habitual en la saga, con dos grandes pibones. Con
Olga Kurylenko mantiene una bonita relación que empieza a casi a ostias y acaba con manoseo en un coche cual adolescentes, mientras que su idilio con Gemma Arterton se reduce a cuatro palabritas y su toma toma correspondiente antes de que la chica acabe con los pulmones (y con todo en general) como la bahía de Algeciras. A esta si que podrían bautizarla como la petróleo...

Pero no todo son pibas y tiros, durante su camino para restablecer el orden mundial, Bond tiene tiempo para cononcer al auténtico Indiana Jones boliviano: un tipo con sombrero de ala ancha, chaqueta de cuero y menos cuello que Doraemon encogiéndose de hombros. Sólo por ver su breve pero impactante aparición merece la pena pagar y aguantar hora y media al imperturbable Daniel Craig repartiendo galletas a diestro y siniestro en una peli que no aburre, pero que tampoco aporta nada.

EL MOMENTAZO: Que 007 es de goma es algo que nos van dejando de caer a lo largo de la peli pero que queda patente cuando, tras un accidente aéreo, se tira al vacío acompañado de Olga (ay, Olga) y el paracaídas no se despliega a tiempo, abriéndose justo cuando llegan al suelo. Tras el costalazo, en lugar de dejar una bonita empanada de vísceras, se levantan como si tal cosa y emprenden el camino de vuelta a la civilización. Eso sí, ella se quita los tacones y se los lleva en la mano, porque una caída desde 2.000 metros es soportable, pero un juanete eso ya no hay quien lo aguante...

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