martes, 16 de junio de 2009

Pero que yo no estoy loca ¿eh?



Volvemos a experimentar la emoción de un auténtico Partido de los Martes con Presencias Extrañas, enésimo remake de película de terror asiática de esas que nunca nos defraudan. La peli, en principio, cuenta la historia de Anna, una chavalita que acaba de salir de un psiquiátrico tras superar (enseguía) la trágica muerte de su madre e investiga junto al pibón de su hermana lo mala malísima que parece ser la nueva churri de su padre. Y recalcamos lo de ‘en principio’ porque el argumento deriva por unos derroteros que, por el bien de nuestros lectores, no vamos a destripar y cuyo impredecible final la converten, qué caray y vamos a decirlo, en una buena película, en la que no faltan los sustitos, fantasmas y situaciones absurdas del género, claro.

Desde luego, no hay duda de que la muchacha vivía en una familia desestructurada, como para que no se le fuera la pinza... su padre, un sátiro; su madre, hasta espicharla, postrada en una cama y dando porculo con una campanita; su madrastra, además de ser la típica "quierocaertebienporcojones", enchufada todo el día a Don Palote, su vibrador, cuya aparición en la película es sencillamente sublime; y su hermana, además de ser un pibón, se pasa el día de fiesta y borracha hasta las trancas. Así cómo va a salir la chavala normal...


EL MOMENTAZO: Ana, recordemos, recién salida del psiquiátrico, quiere recuperar para la pared de la cocina de su casa una pizarra que le recuerda a su madre. Hasta ahí, bien, una cosa normal… lo que ya no es tan normal es que, para colocar una alcayata, se ponga a martillear la pared repetidas veces sin mirar, causando los consiguientes desconchones mientras su madrastra, claro, lo flipa… “Pero que no yo estoy loca, eh??”


Aclarar que si las fotos y enlaces que ilustran esta entrada sólo corresponden a niñas prepúberes en paños menores no es porque seamos unos sátiros pederastas, que también, sino que pensamos, fundamental y exclusivamente en nuestra audiencia.

miércoles, 3 de junio de 2009

A hostias en la pequeña Manhattan

Un elenco formado por nombres tan absurdos como Channing Tatum, Zulay Henao, Dito Montiel o Flaco Navaja no podía presagiar nada bueno... y, efectivamente, no nos equivocamos. Fighting, puños de asfalto es el título del último Partido de los Martes que nos deparó un sopor generalizado, sólo matizado por algunos cómicos momentos (por lo radicalmente absurdo de los mismos, no por ellos en sí) y por nuestra particular visionado del film una vez comprobado (a los dos minutos) de que no se avecinaba nada potable.

El topicazo americano del joven que se va a la gran ciudad a buscarse la vida, para acabar envuelto en peleas ilegales para sacarse unas perras está salpicado de escenas que nos hacen pensar firmemente que, tanto guionista como director, no deberían haber abandonado la medicación, si alguna vez la siguieron, aunque no hay que quitarles el mérito de conseguir sin esfuerzo aburrir soberanamente con un melodrama sobre la amistad cuando lo que la gente quiere son hostias, piñas y sangre en la pantalla. Tres peleas mal contadas, una ambientación neoyorquina que no se la creen ni ellos -los protagonistas se encuentran de casualidad por la calle, como si aquello fuese chiquitito, unas 20 veces en la película- y la extraña forma de vida de los protagonistas, que lo mismo se quedan sobaos en un parque porque no tienen dinero para una triste pensión que al plano siguiente se cuelan en la discoteca más molona del Bronx, es lo más que ofrece la peli.

Cabe destacar la figura de Harvey, entrenador/manager del protagonista y estereotipo del clásico perdedor de este tipo de películas: como él no pudo llegar a nada en el mundillo de las peleas callejeras (y lo recuerda con pena, como si partirse la boca con alguien en un callejón con 20 majaretas alrededor mirando fuera el summun... mira los angangos, que lo llevan haciendo toda la vida y encima de gratis) se dedica a tutelar al Channing Tatum y le enseña todo lo que hay que saber de la vida... pero no, tranquilos que no hay en Fighting ningún amago de mariconeo entre tutor y tutelado; el tío es tan pudoroso (o tan guarro, o tan raro en general) que ni siquiera se quita el pijama cuando se viste, y se va a la calle con el filito celeste del pantalón de franela bajo el vaqueros... la imagen de un triunfador, vamos.

Hay que reseñar también que es esta una película de secundarios: ningún colega del director se queda sin su minutito de gloria. La lista es bastante extensa, pero nos quedamos con la abuela de Zulay, una vieja demente que revienta a Shawn su primera gran oportunidad para pincharse a la chica echándole casi a patadas de su casa, y con Martínez, el antiguo rival de Harvey, el mentor del protagonista, con toda la cara de un vampiro malo de Buffy, y sus dos colegas moñas que aprovechan cualquier ocasión para cachondearse del bueno de Harvey. También destacan otro tipo de secundarios, o más bien gente que pasaba por allí, como el portero de una discoteca puteadísimo y con cara de "que acabe la mierda de plano este ya, joder, que tengo un frío del copón" mientras dos discuten a su rollo a unos metros, o una piba, con la cabeza entre las piernas, suponemos que borracha hasta las trancas, que se cruzan y que obvian como si tal cosa... ahí, solidarios...

El Momentazo: Shawn Mcarthur, el prota, va a casa de la camarera buenorra Zulay, con aviesas intenciones. Al llegar a la misma, ella se disculpa por una nota de desahucio que hace sospechar al nota que las cosas no van economicamente bien en casa de 'las Zulay'. El espectador desecha rápidamente esa idea cuando aparece en pantalla una pantallaca, valga la redundancia, de unas 500 pulgadas en el salón de la casa o cuando, minutos después, la piba investiga en su ordenador personal, a través de su internet de tarifa plana, el turbio pasado luchador de Shawn. No nos de coba, Zulay.